Quien se dedica a la industria textil sabe que la ropa es un material delicado. Desde que la prenda sale de la fábrica hasta que llega a casa del consumidor pueden sucederle multitud de cosas: se puede arrugar, manchar, romper. Eso supone pérdida de dinero. El embalaje es clave para conservar el producto. Las bolsas de plástico es el método más efectivo.
A principios de siglo, China saturaba el mercado con falsificaciones. Algunas de ellas, réplicas fieles del original. Una de las maneras de distinguirlas era mediante el embalaje. Mientras un polo de Lacoste venía envuelto en un sobre de plástico flexible y con poco aire en su interior, la copia china llegaba en una burda bolsa en el que dabas un pellizco y se quedaba señalado. Los dobleces y arrugas permanecían en el envoltorio y se transmitían a la ropa. De este detalle solo eran conscientes los comerciantes o los clientes que compraban directamente a los mayoristas.
Con el embalaje de mala calidad de los falsificadores se estropeaba el producto por el camino. Los polos llegaban arrugados y con restos de plástico que había soltado el envoltorio. A su fabricante no le importaba. Producía tres veces más que la marca a la que copiaba y a un coste de producción diez veces inferior. El falsificador era consciente de que estaba realizando una práctica ilegal, una parte de la mercancía podía ser confiscada por el camino, pero solo con que colocara una tercera parte de su producción en Europa, a la mitad de precio que un Lacoste original, ya obtenía beneficios millonarios.
Según el diario económico «Expansión», los productos falsificados producen unas pérdidas de 338.000 millones de euros anuales en el mercado de las marcas de lujo. Dinero que dejan de percibir los productores originales y se reparten los falsificadores. En el 2015, un 67% de los productos falsificados vendidos en todo el mundo se habían fabricado en China, y un 22,6% en Hong Kong. Según una estimación realizada por la Universidad de Oxford, un 5% de las mercancías que entran en Europa son falsificaciones.
En la actualidad, el gobierno chino se ha comprometido a perseguir la piratería y la falsificación. Se dice que el gusto por las copias está arraigado en la cultura china, pero también ha prendido en el primer y segundo mundo. La gente en Europa, muchas veces, es consciente de que compra productos falsificados, pero un bolso de Prada es tan caro que no se lo pueden permitir. Las copias, muchas veces, están hechas con una calidad y un nivel de detalle casi tan alto como el original.
La economía china no se basa en las copias, sería quedarnos en la superficie. Es uno de tantos pasos que ha dado el gigante asiático en la larga marcha hasta convertirse en la gran fábrica del mundo.
El fracaso de otros embalajes.
Para tener una prenda textil en perfectas condiciones para su venta es clave el embalaje. El textil recorre un largo camino desde su producción hasta el punto de venta, el objetivo es que llegue a manos del consumidor como si acabara de salir de la fábrica. Dentro de containers, camiones, barcos, las prendas textiles recorren medio mundo. Después permanecen guardadas en almacenes, hasta que al final salen a exposición o se entregan en mano al cliente.
Para ahorrar costes, sobre todo en productos más económicos como camisetas, se ha optado por apilar el producto dentro de cajas de cartón. Doblarlas, meterlas dentro y cerrarlas con precinto. Cuando llegan a la tienda, las camisetas aparecen muy arrugadas. Si han hecho un viaje por mar o en determinadas condiciones ambientales, al no estar protegidas, la humedad ha estropeado el tejido.
Un método muy antiguo utilizado por los comerciantes era formar pilas de prendas y atarlas con una soga o con viras. Se conseguía formar fardos fáciles de transportar y de almacenar, ahorrando el embalaje. La ropa estaba a la intemperie, sin protección. Con frecuencia se manchaba, se rompía por enganchones, absorbía olores o quedaban agujereadas por los efectos de polillas y otros insectos.
Es fundamental que cada prenda de ropa esté embalada individualmente, aunque luego se transporte en lotes dentro de una caja. De esta forma, si una prenda tiene algún problema (suciedad, humedad, etc.) no se lo traspasa a la que está al lado. La tela es muy sensible a las condiciones del entorno. Necesita de una protección aislante que le proteja. Esta protección se la proporciona el plástico.
Cuidar el embalaje de las prendas denota calidad. Como nos comentan en Zooplast, un fabricante de bolsas de plástico en Valencia, cada embalaje debe ajustarse a las características del producto que protege.
Bolsas de plástico para camisas.
El embalaje de las camisas es un proceso muy cuidado. Para mantener la tela estirada en todo momento, la camisa va doblada sobre un rectángulo de cartón. Se coloca un protector en el cuello con plástico semi-flexible para que no se aplaste. También se protegen con plástico los puños, para mantenerlos firmes.
Para que no se mueva la prenda se fija con unos alfileres. La prenda doblada se introduce en una funda de plástico con el tamaño exacto para protegerla hasta su venta.
Pensando en su almacenamiento, muchas de estas bolsas vienen con un gancho de plástico semirrígido o una percha incorporada.
Bolsas para textil de hogar.
El transporte y almacenamiento de mantas y edredones es una cuestión que siempre ha preocupado a la industria y a los comerciantes. Son productos voluminosos, que ocupan mucho espacio y que hay que guardarlos de una temporada para la otra.
El problema se resolvió mediante bolsas de plástico que dejan compactada la prenda, como si fuera un maletín. Suelen venir cerradas con cremallera, lo que permite su reutilización, sirviéndole de utilidad al usuario final. De esta manera, él también podrá guardar los edredones en el armario durante el verano sin que ocupe mucho espacio.
Con frecuencia, la funda plástica viene con un asa, como si fuera una maleta. Esto facilita al propietario su transporte para llevarla a limpiar a la tintorería o para llevársela consigo en un viaje.
Sacos para trajes.
Si las camisas deben guardarse dobladas y compactas, los trajes deben estar estirados, montados sobre una percha.
Los trajes son muy sensibles a las manchas y a los olores. Hace tiempo, los sastres que los confeccionaban se los entregaban a sus clientes dentro de una funda de tela. Estaba pensado para que lo utilizaran, en los viajes o cuando lo guardaran en el armario. Si la funda de tela se manchaba, traspasaba la tela y manchaba el traje. Si la funda se mojaba o cogía humedad, terminaba por apolillar o estropear la chaqueta o el pantalón.
En las últimas décadas del siglo XX se optó por sacos de plástico, con una cremallera vertical y un orificio en la parte superior por el que saliera el gancho de la percha. Era una medida muy práctica, pero se descubrió que era necesario que la funda transpirara para ventilar el traje y que no se deteriorara.
En la actualidad, se fabrican sacos de este tipo con telas plásticas como el nailon, como si fuera un impermeable, y con microperforaciones para que entre el aire al interior.
Reciclado de bolsas.
Cuando pensamos en envoltorios y embalajes plásticos, enseguida se nos viene a la cabeza la contaminación. La cantidad de plásticos que generamos con envases innecesarios y sus efectos perniciosos sobre el medio ambiente.
En el caso de la industria textil, hemos visto como gracias al plástico se ha conseguido transportar y almacenar los productos, ofreciéndoselos al consumidor en perfecto estado. Aunque hayan recorrido todo el mundo o hayan permanecido temporadas guardadas en un almacén. El plástico protege a las prendas de las condiciones ambientales, como ningún otro procedimiento antes lo había hecho.
Como indica la web erenovable.com, el plástico de calidad utilizado en el embalaje de prendas textiles, es un material termoplástico que, procesándose debidamente, se puede reciclar dándole usos infinitos. Para ello es necesario depositarlos en los contenedores amarillos.
Estas bolsas se separan, se clasifican, se limpian a conciencia y se trocean hasta formar virutas. Las virutas se vuelven a limpiar, se secan y se calientan hasta fundirlas. El plástico ablandado pasa por un colador formando tiras como espaguetis. Con unas cuchillas se vuelven a trocear. Estos trozos minúsculos se dejan secar y terminan convirtiéndose en pequeños granos del tamaño del hueso de una aceituna.
Una vez frías, estas bolitas se vuelven a fundir. Con ellas se obtiene una lámina pastosa, a la que se le dará el grosor deseado, pasando por filtros, y de la que se obtiene una sábana de film que sirve de base para elaborar nuevas bolsas de embalaje.
Da igual el uso anterior que haya tenido ese plástico. Después de todo el proceso de limpieza y fundición, se puede utilizar para proteger cualquier otro producto con todas las garantías higiénicas.
Las bolsas de plástico es el mejor método para mantener la ropa en óptimas condiciones hasta el momento de su venta. Cuidar el embalaje del producto, implica que se está protegiendo su calidad.