En nuestro día a día usamos la sal de forma bastante recurrente, sobre todo en la comida, y es que siempre hay que echarle o ponerle una pizquita de sal a la vida para que esta se pueda disfrutar. La sal común o sal de mesa, la cual conocemos de forma habitual directamente como sal, es un tipo de sal denominada cloruro sódico (o cloruro de sodio), cuya fórmula química es NaCl. Esta, en función de su procedencia, podemos diferenciarla entre tres tipos diferentes, puesto que, aunque su composición es similar, existen diferencias entre, la sal marina y la de manantial, que se obtienen por evaporación; la sal gema, que procede de la extracción minera de una roca mineral denominada halita, y la sal vegetal, que se obtiene por concentración, al hervir una planta gramínea (método también utilizado para la obtención de azúcar a partir de otra planta gramínea) que crece en el desierto de Kalahari, en el sur de África. Pero lo cierto es que más allá de la definición de sal y de los tipos que nos podemos encontrar, la realidad es que este producto que usamos de forma habitual en nuestras comidas, también nos vale para muchas otras cosas.
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